Ian Vásquez

La semana pasada, el presidente colombiano, , volvió a confirmar lo que muchos temían, pero él negaba durante la campaña presidencial del 2022: que busca implementar una agenda radical de izquierda al estilo chavista en .

El autoritario Gustavo Petro, por Ian Vásquez. (Ilustración: Giovanni Tazza)
El autoritario Gustavo Petro, por Ian Vásquez. (Ilustración: Giovanni Tazza)

Estando en campaña, Petro prometió que, de ser presidente, no realizaría una En marzo de este año, sin embargo, declaró su necesidad. No nos debe sorprender. Petro ha sido un marxista por décadas, siendo miembro de la sanguinaria guerrilla en los 70. Lo que ha cambiado con el transcurso del tiempo es su estrategia, no su ideología.

El año pasado, cuando explotó un escándalo que implica al mandatario colombiano en la narcofinanciación de su campaña presidencial y que aparentemente lo debilita, el analista Daniel Raisbeck dio en el clavo cuando observó que “el país entra en su período de máximo peligro”. Desde entonces, Petro sufre de una baja popularidad. Además, el proceso político democrático le ha dificultado promover las reformas que anhela y el ha iniciado una investigación por ingresos y egresos de campaña no declarados.

La respuesta del presidente ha consistido en radicalizarse. Ante una investigación por posible corrupción, Petro ha declarado que se trata del “inicio de un en Colombia”, ha llamado al pueblo a resistir y ha dicho que esta investigación constituye una violación “al voto popular en Colombia del año 2022″.

Petro tiene derecho a interpretar los acontecimientos políticos como quiera y hasta de promover una asamblea constituyente. Pero para convocarla en Colombia se necesita que la mayoría de ambas cámaras del la apoyen, que la la apruebe y una votación mayoritaria en un plebiscito. Petro simplemente no tiene ese respaldo.

Por eso, ha recurrido a deslegitimar las instituciones democráticas de su país a tal extremo que “el desprecio de Petro por el parece ser aún mayor que el de durante el inicio de su gobierno”, según Raisbeck.

De hecho, Petro dice que, para realizar una asamblea constituyente, no hace falta pasar por el proceso establecido en la . “El poder constituyente no se convoca”, ha dicho. “Es el pueblo el que se convoca a sí mismo para decidir sobre aspectos fundamentales del país”.

Según Petro, se organizarían cabildos para expresar la voluntad del pueblo. De esta manera, el presidente colombiano pasaría por alto el orden constitucional. Petro justifica su postura al tildar a sus opositores de ser parte de “la clase dominante”. Pero una encuesta el mes pasado encontró que la desaprobación del presidente ha llegado al 60%.

Esto no ha impedido que Petro siga citando al pueblo –no a las instituciones democráticas– como la única fuente de legitimidad de su gobierno y a sí mismo como intérprete de lo que desea el pueblo. El otro día, al llamar a “la movilización masiva del pueblo colombiano”, declaró: “Yo seguiré hasta donde el pueblo diga. Si el pueblo dice más adelante, más adelante iré, sin ningún temor, sin ningún miedo. Iremos hacia donde el pueblo colombiano ordene. El presidente de la República solo tiene un comandante al frente y ese comandante se llama el pueblo de Colombia”.

Petro está contra la pared. Es altamente impopular, su agenda política ha tocado su límite en el Congreso y las autoridades independientes empiezan a investigarlo por corrupción. Ahora expresa abiertamente su desprecio a la Constitución y su afán por el populismo autoritario. La colombiana está verdaderamente en peligro.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Ian Vásquez Instituto Cato